POLIVALENCIAS MÍSTICAS
Las esculturas de Walker
Ríos Bello tienen la virtud de estar respaldadas, o avaladas, por la vasta y
rigurosa formación profesional de quien ha cursado todos los estudios
especializados que requiere la educación integral de un artista, tanto en los
aspectos técnicos e instrumentales como en las prácticas del trabajo creador,
así como también en lo que concierne a la comprensión y la explicación teórica
de los fenómenos del arte. Porque Ríos Bello, además de escultor, es profesor
de escultura. Su propia formación fue iniciada y ha sido completada y ampliada
por los consejos y orientaciones de su
padre, el veterano escultor Edgar Ríos Garrido.
Aunque todos sabemos que el
número de diplomas que haya recibido un artista no es lo que garantiza la buena
calidad, ni menos aún la excelencia de las obras que realiza, sí favorece el
saber problematizar, sistematizar, plantear alternativas y saber aprovechar las
experiencias prácticas y las reflexiones que van apareciendo en el trabajo. Y esto último
es lo que se advierte en la evolución de las obras de Ríos Bello, quien suma su
talento, su sensibilidad, su destreza manual, su inquietud creadora y su afán
de excelencia, a los saberes académicos adquiridos.
Ríos Bello comenzó por
descubrir la belleza de la naturaleza:
de las rocas y las maderas preciosas, y la de las formas geométricas de la
escultura. Trabajó bajo la influencia muy determinante del escultor Carlos
Mendoza (en el arte, como en cualquier otra actividad, no se empieza desde la
nada, se continúa lo que ya existía). Hasta que logró el dominio cabal de los
recursos de su oficio, como lo demuestran sus obras actuales.
Hace valer al máximo la
estructura formal de la obra, el juego de ensamblar con unos cuantos bloques de
los más clásicos y cálidos materiales escultóricos, de rocas y maderas,
desbastadas o cinceladas con perfecta precisión geométrica. Se sitúa
estéticamente dentro de las concepciones artísticas y culturales más
típicamente representativas de la modernidad (de la utopía racionalista y
tecnológica de la modernidad) que impera aún en Venezuela y que se manifiesta
en el predominio de las corrientes formalistas del constructivismo abstracto
geométrico.
Pero Ríos Bello trasciende
la idea meramente constructiva. Más que de una idea se trata de un ideal,
de un ideal místico que anima la obra, en el sentido en que
expresa y manifiesta algo propio del alma. Platón afirmaba que “la belleza
habita más allá de las ideas” (epekeina tes ousias). No son las ideas
religiosas del autor las que se manifiestan en las formas de las obras; es más
bien, su consciencia religiosa, dado el carácter constructivo y racional del
trabajo creado. Lo que se expresa, es más, un pensamiento que un sentimiento,
pero apegado a la sensibilidad y a los afectos, a sus deseos y anhelos, como
parte esencial de un ideal de vida.
Las maderas se separan y dan
paso a un vacío, a un umbral, que uno como espectador, pareciera entrar en
el cuerpo de la obra. Un lugar de paso entre dos mundos, el de afuera y el de
adentro, de lo conocido y lo desconocido. Se abre a un misterio, un perfil que
va conformando una cruz como símbolo supremo de lo místico, de la muerte,
del más allá, de la eternidad. Permanece el sentido del ascenso; la obra está
erguida, se reclina y toma impulso para elevar su vuelo a cielo abierto hasta
el sancto sanctorum.
En este sentido, el gran
desafío que se plantea el autor, es el de expresar una idea referida a Dios, en
una obra de arte de un lenguaje abstracto formalista. Tal vez sea esto lo más
estimable del arte de Walker Ríos Bello.
Peran Erminy, 2014